Hasta aquí. Ya no más

Hace cientos de años, en el Japón medieval, tierra de daimyōs y samuráis, la vida valía menos que un koku de arroz. Si habías nacido samurái, el Bushidō o camino del guerrero te predestinaba para obedecer y servir a tu señor. Perder la vida en batalla o siguiendo sus órdenes era un honor y un privilegio. Si se era un ciudadano normal, tu vida era un mero accidente, podrías conservarla lo mismo que perderla con idéntica facilidad.

Las enseñanzas del budismo y el sintoísmo relativizaban mucho el valor de una vida y los japoneses no siempre se aferraban a ella como si ésta fuera la única oportunidad. A los occidentales que descubrieron Japón entonces les costaba entenderlo. Aún hoy resulta difícil de digerir. A través del suicidio ritual, el harakiri o el seppuku, se podía lanzar un mensaje, protestar, conservar el honor, evitar la vergüenza ante determinadas situaciones e incluso castigar o presionar políticamente. Muerte y honorabilidad viajaban de la mano. En Occidente no. Para los occidentales, el suicidio es la «solución última», una opción que responde al miedo y la desesperanza, un grito ligado a lo inevitable, a la ausencia de salida cuando los obstáculos nos sobrepasan.

Los demógrafos, sociólogos y especialistas aseguran que la crisis económica actual no ha provocado un aumento significativo en el número de suicidios registrados. No lo niego. De momento, en España, ya son tres las personas que se han quitado la vida al verse desbordados por la realidad. En concreto, al no tener una alternativa ante una ejecución hipotecaria y un desahucio. Las entidades bancarias, esas que estamos «salvando» con el dinero de todos, no atienden a razones. Si se les debe dinero de una hipoteca y no se puede pagar, se quedan con la vivienda hipotecada o presentada como aval. Sin vivienda, en la calle, el deudor aún debe responder ante el banco. Así es la Ley, una norma draconiana que se elaboró para responder a una realidad social muy distinta de la actual, casi tan antigua y anacrónica como los propios samuráis.

Pisos embargados, vacíos. Gente que se quita la vida porque no tiene dinero y que se queda en la calle, literalmente. Parados que no pueden acceder a una vivienda y para los que, esas viviendas vacías, son un horizonte inalcanzable. Ese es el drama. Así es la cara más oscura y amarga de esta crisis económica, desencadenada por los ricos y costeada por los humildes. La maquinaria financiera no entiende, no siente, no escucha. Y los políticos, como siempre, andan descolocados y actúan a destiempo. Propiciaron la situación en la que vivimos hoy y apenas tienen resuello para atender a los problemas de los que, en parte, son causantes. Ante éste problema en particular quieren reaccionar, porque la situación es insostenible. ¿Lograrán algo? Esperemos, aunque es conveniente que desconfíen, visto lo visto.

Es algo que jamás perdonaré. Ni a los políticos ni a los bancos. Que tres personas – de momento – hayan preferido quitarse de en medio que seguir soportando la tenaza asfixiante del dinero. De la ausencia de él, en realidad. Que hayan elegido la soga al cuello puesta por ellos mismos, antes que la ajustada al gaznate por desconocidos que, lo único que quieren es ganar más dinero, salvar la cuenta de resultados, responder ante los inversores, los accionistas y los mercados. Los putos mercados. No me importa que salgamos de la crisis. Este año, el que viene o dentro de una década. La responsabilidad de esas muertes pesará para siempre en sus conciencias. Y en las nuestras, por permitirlo. Por no tener honor, como los samuráis. Por no tener cojones para plantar cara y decir «Hasta aquí. Ya no más».

Diccionario de la RAE => Desahuciar: Quitar a alguien toda esperanza de conseguir lo que desea

6 comentarios

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6 Respuestas a “Hasta aquí. Ya no más

  1. Me preocupa la visión romántica y heroica que haces del suicidio. Es dogma periodístico no hablar de estos temas, no sea que el indeciso se anime. Hacerlo, además, apelando al espíritu del samurai…

    Puedo comprender que la desesperación y la cobardía lleven a algunos al drástico final, pero no comparto la corresponsabilidad del banquero o el político en el asunto. Creo que el suicidio no deja de ser un acto egoísta unilateral. Culpabilizar de ello al sistema, al capitalismo o a la sociedad y convertir en héroe al que se quita de en medio por motivos totalmente egocentristas me parece una postura un tanto talibán, con perdón.

    • Jean:

      No apelo a ningún espíritu. Tan solo comparo los conceptos culturales de suicidio y muerte en Oriente y Occidente en distintas épocas

      Nadie es responsable de una muerte por suicidio, salvo el suicida. Pero la situación a la que llegan algunos SI ES RESPONSABILIDAD de unos pocos y coincidirás conmigo en identificar a esos pocos.

      Cobardía, egoísmo, egocentrismo… Bien, entiendo que no te guste que hable abiertamente de este tema o que no nos pongamos de acuerdo al respecto. Pero de ahí a llamarme talibán… Bueno, ya lo trataremos en persona, cuando nos veamos

  2. Brito, grande, como en la mayoría de tus textos.
    Por cierto, no creo que ni a Rodrigo Rato, ni a Emilio Botín, ni a ninguno de esos chorizos con corbata les pese ninguna muerte en sus conciencias. Es mas, quizá ni siquiera se enteren de ello. En realidad, eso y mucho mas es lo que nos gustaría a nosotros, que les pesase tanto, que terminasen quitándose la vida.
    Salud.

    • Luis, te publico el comentario, pero te tiro públicamente de las orejas. A NADIE LE PUEDE GUSTAR O PUEDE DESEAR QUE ALGUIEN SE QUITE LA VIDA, se llame Botín, Rato o el Sursum Corda. No mezclemos las cosas, que luego nos acusan de demagogia y con razón. Ya está el tema lo bastante jodido como para que hablemos de estos temas desde las tripas y no desde la cabeza. Es triste que alguien esté tan desesperado (por el motivo que sea) como para optar por un final así de radical. Quiero creer que los políticos tienen conciencia. Están intentando solucionar este asunto. Espero que lo logren.

  3. Amigo César, como siempre impresionante artículo, pero temo disentir con el último de tus comentarios. El tema sí está como para que se hable de él desde las tripas, desde el corazón, desde la rabia… Hace unos días alguien me hablaba del «populismo», de la «demagogia obrera». Creo que es tiempo de eso, de frases, de proclamas, de exigencias que a fuerza de ser repetidas se nos han transmutado en hueras y carentes de significado. Pero lo tienen. Exigir responsabilidades no es demagógico. Pensar que quien ha tomado decisiones que han acorralado a una persona hasta el extremo de preferir la muerte a seguir viviendo debería tener consecuencias penales. Es acoso financiero. Cierto es que hay quien ha pensado que era compatible tener un Audi con el hecho de trabajar colocando ladrillos en una obra. Cierto es también que muchas parejas jóvenes, sin ver más allá de sus narices y de la precariedad de sus empleos, se han casado con «el piso bien puesto», como dicen muchas madres. Pero cierto es también que los bancos han engatusado a ignorantes económicos (y cuidado con este término, se puede ser ignorante económico e impartir clases en una Facultad) con productos financieros de alto riesgo, con hipotecas inasumibles y con riesgos que no comportan la pérdida de unos cuantos euros por parte de un jugador de bolsa, sino la ruina y la incapacidad de ofrecer a tu familia un techo y un plato de comida. Lo siento, pero ante esta situación veo lícito que la gente salga a la calle gritando la primera burrada que se le ocurra. Que nos dejen, por lo menos, eso, ya que los causantes de las desgracias de esta piel de toro están bien protegidos por los lacayos del poder, por los «servidores de la democracia», siempre prestos a descargar sus porras en la espalda de sus conciudadanos. En fin, es hora de ser populista, de ser demagógico, de pedir lo imposible y de exigir cárcel a quienes nos han llevado a esta locura.

    • Bueno, Andrés:
      En el fondo coincidimos pero es cierto que los populismos no pueden ser buenos. Con base populista se han erigido auténticas aberraciones sociales y políticas. Entiendo tu indignación y cabreo, que son los míos también. Pero hay que sujetarle las bridas a los caballos. Desbocandolos no llegamos a ningún sitio. Un abrazo y muchas gracias por tu fidelidad, después de tanto tiempo

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